La Gestión de la Empresa Familiar
- Pedro Montero
- 9 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 jul 2019
Existe un prejuicio instalado en el ámbito empresarial que identifica a las empresas familiares como “problemáticas”: “Si usted tiene una empresa familiar, va a tener problemas”.
La evidencia empírica ha demostrado que este prejuicio, no sólo es equivocado, sino que las empresas familiares tienen un mejor índice de supervivencia, competitividad y resistencia que las otras. Esta forma errada de pensar la empresa familiar tiene su origen en una mirada simplista y peyorativa, que supone que la única forma posible de desarrollo de una compañía es hacia su cotización en el mercado bursátil. Como si fuese el fin obligado de toda empresa, tener que alcanzar dicho estatus o de lo contrario será considerada como de segunda categoría.
Basta con observar los grandes grupos económicos mundiales o locales, para reconocer que en su gran mayoría corresponden a empresas familiares, donde al menos el control (de manera directa o indirecta) le pertenece a una familia. Por otro lado, aunar los intereses de los propietarios y de la empresa no es un ámbito de gestión exclusivo de la empresa familiar.
Pensar que el gerente general de una sociedad anónima se puede desentender de la relación con los accionistas de la empresa (propietarios) es un absurdo. Tanto en una empresa familiar como en una cotizada en bolsa, los intereses de los propietarios constituyen un ámbito que debe gestionarse correctamente.
En este sentido, mientras en una empresa tranzada en bolsa, la complejidad de la gestión será la interacción con propietarios impersonales, en el caso de la empresa familiar será la integración funcional de dos sistemas de naturaleza distinta: la familia y la empresa.
En efecto, mientras en el sistema Familia el objetivo primordial es el desarrollo y socialización de sus miembros -condición que se adquiere por el solo hecho de haber nacido en la familia- y en donde el criterio de justicia viene dado por el trato igualitario o por las necesidades de sus miembros; en el sistema Empresa el foco es la elaboración de bienes y/o servicios y la permanencia de una persona está condicionada a su contribución de valor en la generación de dichos bienes y/o servicios. A su vez, el criterio de justicia en este último sistema se basa en el mérito. Es decir, en la Familia la persona es un fin en sí mismo, mientras que en la Empresa es un medio para alcanzar un determinado fin.
Llevado a un ámbito específico, cuando un padre se ve en la necesidad de tener que contratar a un ejecutivo para su empresa, ¿a qué sistema debe ceñirse? Al sistema Familia que le exige la seguridad y protección de sus hijos o al sistema Empresa que le exige contratar a la persona más idónea para ocupar el cargo?
La respuesta a esta disyuntiva dependerá del modelo mental de la familia (forma de entender la realidad) y del fin que cumple la empresa para ellos. No hay una respuesta correcta preconcebida. Incluso para la misma familia, la respuesta puede variar en el tiempo debido a factores propios de su evolución (fallecimientos, enfermedades, matrimonios, el ciclo de vida en que se encuentra cada uno de sus miembros…) o externos a ella (complejidades propias del negocio). Dado que no es posible predecir el futuro de la familia y ni el de la empresa, se hace necesario establecer estructuras de gestión que definan cómo, dónde y quiénes tomarán las decisiones que afectan indivisiblemente a ambos sistemas.
De eso se trata la gestión de la empresa familiar: Analizar las complejidades propias del contexto de cada sistema, familia y empresa, poner orden e implementar soluciones eficaces (sólo hasta el nivel de desarrollo requerido) y eficientes (de la manera más fácil posible) para disminuir el riesgo estructural que se produce en la interacción de ambos.

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